Ojito con la mujer que hay detrás de ese genio
El trabajo indispensable de las mujeres de tantos nombres propios de la cultura
La biografía de Oona O’Neill es uno de esos libros que empiezas a leer con mucha curiosidad y, cuando poco a poco descubres a una personalidad fascinante que sobresale entre nombres que brillan, ya no puedes parar de leer.
Al principio quieres saber por qué esa niña lista, curiosa y brillante, que sueña con ser actriz y agradar a un padre, Eugene O’Neill, que parece que solo busca en ella una excusa para desaparecer del mapa con tanto interés que termina encontrándola, acaba casada con un señor muchísimo más mayor que ella, Charles Chaplin, teniendo 8 hijos con él y olvidándose de su carrera de actriz. Poco a poco lo vas entendiendo.
Unas pistas sobre su vida: A los 15 años, Oona era una pequeña celebridad en Nueva York, que pasaba las noches en el mítico Stork Club con sus amigas Carol Marcus y Gloria Vanderbilt, como futuros cisnes de Truman Capote.
Por aquel club nocturno pasó toda la aristocracia estadounidenses, desde Joe DiMaggio y Marilyn Monroe, Bogart, los duques de Windsor o Frank Sinatra.
Oona es nombrada "debutante del año" y empieza a salir en revistas y a protagonizar anuncios. Su padre, Eugene O’Neill estaba horrorizado.
A principios de los años 40 tiene un romance nada menos que con el escritor J.D. Salinger. Orson Welles le leyó la mano y dio bastante en el clavo, y cuando conoce a Chaplin, sus hijos tratan de ligar con ella pero no cuela. En cuanto Oona cumple los 18, se casa con el genio del cine mudo, lo que supone el fin de la relación con su padre.
Vida familiar, viajes, exilio, felicidad, drogas, suicidios, alcoholismo… y, tras la muerte de Chaplin, Oona le da la vuelta a la diferencia de edad en sus relaciones y tiene una historia con el actor Ryan O'Neal y otra con David Bowie (sí, Bowie), mucho más jóvenes que ella. Hasta Michael Jackson tiene un cameo en la vida de Oona.
El caso es que la vida de Charles Chaplin no hubiera sido la misma sin ella, cuyos cuidados fueron esenciales para que el hombre pudiera, en cierto punto, no solo seguir dirigiendo sino hasta salir de la cama. Onna fue dueña de su vida, decidió hacer lo que le dio la gana mientras pudo, y este libro es importante para poner el foco en la historia de otra mujer sin cuyo trabajo y cuya vida, la del genio con el que se casó no hubiera sido la misma.
¿Y qué pasa con el trabajo de las mujeres de los grandes escritores rusos?
Los grandes escritores rusos, desde Dostoievski, Tolstoi, Nabokov, Bulgakov, Solzhenitsyn, hasta Mandelstam, con frecuencia son descritos como genios solitarios, pero muchas de sus obras maestras fueron fruto de la colaboración indispensable con sus parejas. Muy lejos de ser ellas simplemente pasivas taquígrafas, se convirtieron en sus correctoras, documentalistas, editoras, y mucho más.
"Lo que la gente sabe es que Sofía hizo copias de las grandes novelas de Tolstoi, pero en realidad fue mucho más lejos", afirma Alexandra Popoff, autora de este libro sobre el tema. "Juntos discutieron sobre su obra, ella fue la chispa sin la cual ese Guerra y Paz que el mundo entero admira, no habría existido".
Y no solo de los rusos…
Lo mismo ocurre con muchas otras mujeres de escritores, como Zelda Fitzgerald y Martha Gellhorn (casada con Ernest Hemingway), que mostraron poco interés por convertirse en notas a pie de página de la vida de alguien.
Pero hasta la mitad del siglo XX, la prosa rusa estuvo dominada casi completamente por hombres, que fueron leonizados y convertidos en héroes nacionales. De sus mujeres se esperaba que se dedicaran a cultivar el genio de sus maridos, un papel que muchas jugaron con muchísima dedicación.
Sofía Tolstoi hacía copias de los trabajos de su marido, de sus diarios y sus cartas, trabajando en ellos hasta bien entrada la noche después de haber pasado el día cuidando de la casa y de sus 12 hijos. Además, fue la fuente de inspiración para la historia de amor entre Kitty y Levin en Anna Karenina.
Dostoievski le dictó Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov a su mujer Anna, dándole a muchos de sus personajes cualidades que venían de ella. "Fyodor Mikhailovich fue mi ídolo, mi dios", escribió Anna, eternamente entregada incluso tras haber hecho de enfermera durante su adicción al juego, que la terminó hundiendo en la miseria.
Antes de su matrimonio, Tolstoi le dio por escrito a Sofía una relación de sus previas aventuras sexuales, incluyendo el relato que cuenta cómo se contagió de gonorrea tras acostarse con una prostituta, un episodio que recrearía después en Anna Karenina. Nabokov, que idolatraba a Tolstoi, hizo exactamente lo mismo con su mujer Vera.
Algunas de estas mujeres llegaron incluso a arriesgar sus vidas por el trabajo de sus maridos.
Es el caso de Natalia Solzhenitsyn. Ella conoció a su futuro marido a los 28 años, cuando preparaba su doctorado. Él ya era famoso por Un día en la vida de Ivan Denisovich. Bueno, pues además de realizar un extensivo trabajo de documentación e investigación para sus novelas históricas, de editar y recopilar sus obras, Natalia llevó y diseñó todo el contrabando de sus trabajos al Oeste, preservando Archipiélago Gulag y otros textos cruciales.
Muchas continuaron trabajando para sus maridos cuando ya fueron viudas. Yelena Bulgakov luchó incansablemente para asegurarse de que El maestro y Margarita fuese publicado tras la muerte de su marido. Además, el personaje de Margarita estaba inspirado en ella. Por otro lado, tras la muerte del poeta Osip Mandelstam en un campo en Siberia, Nadezhda movió su archivo secreto a través de la toda la Unión Soviética. También escribió dos muy buenos libros de memorias: "Esperanza contra esperanza", y "Esperanza abandonada".
Aquellas relaciones llegaban a ser devoradoras. Tal y como lo puso Nabokov, él y Vera tenían "la misma sombra". Dostoievski, Mandelstam y Nabokov, todos afirmaron que no eran capaces de escribir si ellas no se encontraban cerca.
Según cuenta la poeta Anna Akhmatova, tras conocer a Mandelstam y Nadezhda, "él no la permitía que se mantuviese fuera de su vista, era un celoso enfermizo, y le pedía consejo sobre cada palabra de sus poemas. Nunca había visto nada igual".
Pero también algunas de estas mujeres encontraron que esta autoinmolación era llegar demasiado lejos. Sofía Tolstoi pintaba y escribía. Su marido tomó prestado de una de sus novelas de juventud el nombre para la heroína de Guerra y Paz: Natasha. Y en medio de la conversión religiosa de él, Sofía comenzó a lamentar su devoción. En su libro de memorias Mi vida, escribió: "Todos me preguntan: ¿por qué una mujer sin valor como tú necesita una vida artística o intelectual? A esta pregunta solo puedo responder: No lo sé, pero suprimirlo eternamente para servir a un genio es una gran desgracia."
Cuando Sofía cedió su papel como confidente al discípulo de Tolstoi, Vladimir Chertkov, se encontró con que la habían excluido completamente de su círculo. Sus acólitos incluso se negaron a permitirle que se acercara a su lecho de muerte. Por culpa de la influencia de Chertkov, ella sería retratada durante mucho tiempo como una "mujer pañuelo, incapaz de apreciar el genio moral de Tolstoi", según afirma Andrew Kaufman, autor de Comprendiendo a Tolstoi.
"Hoy día hay grandes escritoras rusas como Lyudmila Petrushevskaya y Tatyana Tolstaya, que están adquiriendo fama mundial, con lo que este tipo de relaciones parece que empiezan a formar ya parte del pasado", afirma Popoff en su libro The Wives: The Women Behind Russia's Literary Giants.
Pero entonces, uno no sabía dónde empezaba y dónde terminaba esa colaboración. Y estas mujeres forman una parte fundamental de la Literatura.