Acabo de ver que hace ya exactamente un mes que publiqué mi último texto por aquí, ya tenía ganas de volver, aunque me da un poco de vértigo pensar en la cantidad de cosas que me han ocurrido desde entonces, en tan solo 30 días. Para empezar, una caída en picado de la que ya estoy recuperándome.
Acabo de revisar mi móvil y sí, fue también por entonces cuando todo se fue un poco a la mierda otra vez.
El 17 de marzo por la mañana me escribió mi amigo Chris para decirme que su hermano se había quitado la vida unas horas antes.
Q u i t a r s e l a v i d a.
A partir de aquel mensaje, a mí me reventó la cabeza, a él la existencia, y no hemos parado de hablar, de intercambiar mensajes y, sobre todo, de mantener largas conversaciones, muchas veces interrumpidas por silencios en los que solo se escuchaba el viento y nuestra respiración. Porque no había nada que decir. Solo había que estar, que respirar. De vez en cuando él interrumpía ese silencio para describirme lo que estaba viendo en ese momento: campo, árboles, verde, agua, un molino, el sol cayendo.
A Chris le conocí hace unos tres años a través de Twitter. Yo estaba tratando de salir de una depresión y de dejar de beber y él llevaba ya un año limpio tras haber pasado por una clínica de desintoxicación. No sé cómo apareció en mi TimeLine un holandés sobrio pero el caso es que desde el momento en que nos empezamos a seguir, surgió una amistad que en seguida pasó a WhatsApp y que, en algo más de un mes, se convirtió en conversaciones telefónicas semanales en las que nos lo contamos todo. TODO. Porque en realidad son terapias, los dos tenemos muchas horas de eso a nuestras espaldas, es el idioma que hablamos, así que empezamos con un hola, el otro dice ¿cómo estás? y a esa pregunta se contesta pero de verdad. Y ahí despliegas toda tu vulnerabilidad sobre la mesa y que sea lo que dios quiera. Al principio él me ayudaba con mis miedos y frustraciones porque llevaba un año de adelanto en este cursillo acelerado de aprender a vivir sin anestesia, pero entonces llegó la vida, se puso por en medio y la ayuda se convirtió en mutua, porque en seguida alcanzamos el mismo nivel de ineptitud, básicamente.
Estas conversaciones con el tiempo se han convertido en todo un evento de mis fines de semana. Hasta preparo el lugar desde el que voy a mantener la conversación, que normalmente es un rincón escondido de mi parque favorito. Hablamos en inglés, lloramos, nos reímos muchísimo de nosotros mismos… me siento muy afortunada por tener a alguien a quien le puedo contar todo, desde mis miedos más profundos hasta mis momentos más ridículos. Y después de 3 años, aun me sorprende que un tipo, un tío, que además es holandés, se muestre también vulnerable conmigo. Me río mucho con él de eso también. Y no hay coqueteos ni mierdas de esas por en medio, mucha sinceridad, mucho apoyo y una amistad sin condiciones.
Chris lo está llevando sorprendentemente bien, yo estaba aterrada porque él también ha tenido ciertos episodios que no voy a contar aquí, pero había razones para preocuparse.
Yo no era consciente de que estar grabando y editando entrevistas sobre suicidio adolescente para el documental en el que estoy trabajando me estuviera pesando tanto hasta que recibí su mensaje. Entonces todo voló por los aires. Tres semanas sin poder dormir, ni comer, casi ni hablar… trabajando en modo robot, viviendo de mentira, hacia afuera haciendo como que no pasaba nada, y sintiendo que solo descansaba cuando Chris me llamaba y nos quedábamos en silencio respirando un rato.
“No sé lo que siento”. “Creo que no siento nada”. Está bien, Chris, todo está bien.
Hacia el final de la tercera semana estaba tan cansada de estar cansada, tan cansada de estar triste y tan cansada de sentirme derrotada, que volví a todas mis pequeñas rutinas que me ayudan a volver a salir a la superficie. Y en la superficie, miré a mi alrededor, y me di cuenta de lo poco que importan todas esas pequeñas cosas que tanto me agobiaban antes de que todo estallara: el trabajo, el jefe, la trepa, el bicho… el que si esa me odia, el otro que no me entiende, aquel no se entera, y yo en medio, buscando la validación de una gente que dentro de un mes y medio va a desaparecer de mi vida al igual que este trabajo.
Siguiente cosa. El viernes me fui a Barcelona y regresé anoche. Ha sido un viaje familiar en el que he sido muy feliz cuando la familia no estaba, para qué nos vamos a engañar. No es que haya sido infeliz con ellos, pero me necesitaba de vuelta, disfrutando de mi soledad, de mi silencio, y de hacer lo que me diera la gana en todo momento. He aprendido que mi hermano está muy lejos de mí y que no pasa nada, que si como cuando tengo hambre y bebo agua cuando tengo sed no entro en modo apocalipsis, y que el dinero, señores, sí da la felicidad. Por lo menos a los que muy a menudo no lo tenemos. Y no me refiero a que me haga feliz comprar, que para nada, pero me quita muchos miedos, que son lo que me la quitan.
Barcelona está cambiadísima desde que viví allí, tuve una conversación maravillosa con un señor de Pakistán en el que ambos estábamos de acuerdo en que en Occidente nos estamos confundiendo totalmente, casi estallo la aplicación del móvil que te cuenta los pasos y mi conversación con Chris esta vez fue desde la playa de la Barceloneta, con el sonido de las gaviotas y las olas rompiendo de fondo. Y sí, fue maravillosa porque después de casi cuatro semanas, le volví a escuchar reír.
Gracias por compartir. Me encantó.
Bienvenida a todo🫂