Pues hala, ya no respiro
Historias sobre ganarse la vida, perderla y, por el camino, dejar el puto tabaco
Me despierto y antes de que me dé tiempo a abrir un ojo, mi cabeza empieza a disparar a todo y a todos. A inventarse frases que nadie me ha dicho nunca y situaciones agobiantes que seguramente jamás ocurran. Comienzo la semana siendo la peor persona del mundo en un planeta hostil, tremendamente injusto, caliente y pegajoso, hasta que en seguida sonrío porque sé que todo esto no es más que el mono del maldito tabaco, así que decido ducharme, observarme en la distancia y reírme de mí misma. Y funciona. Porque después de 7 días sin fumar, a veces a una le vienen las ideas más disparatadas a la cabeza. Son como ataques de “pues hala, ya no respiro”. Momentos de inmadurez radical en los que tomas decisiones pensadas desde tus ahora 4 años de edad: mira cómo me muero lentamente para que tú te jodas. Y acto seguido, decido abandonar todo lo que me hace feliz, dejar de serlo para siempre y darte a ti una buena lección con ello.
(Por cierto, que últimamente he decido que sobran comas en el mundo, y que paso de releer lo que publico aquí porque si lo hago, lo borro. Además, esta aplicación tiene un corrector que me cambia palabras y no sé cómo quitarlo, así que es esto es una no excusa, seguida de otra y, para finalizar, una excusa.)
Va una historia real:
Una mañana de verano como otra cualquiera, el marido de la hermana mayor de un amigo le pidió el divorcio. Ella no se lo esperaba para nada y de pronto se encontró sola con 4 hijos y en un estado de desorientación absoluta. Por primera vez en su vida se tenía que poner a trabajar y, no es que no supiera hacer nada, es que ni siquiera sabía en qué consistía saber hacer algo, dónde se aprendía ni por dónde empezar a hacerlo, así que, por el momento, decidió sentarse un rato en la cocina y matar el tiempo pintando servilletas, que era algo que solía hacer sin pensar mientras charlaba por teléfono. Luego les hizo fotos y las subió a Facebook y a la semana siguiente recibió una solicitud de amistad de un señor mexicano que parecía interesado en lo que él llamó formalmente “sus hermosos diseños”. Le compró uno, luego dos, después le preguntó cuántos se veía capaz de crear y en cuánto tiempo para, a continuación, saber si estaría dispuesta a diseñarle la imagen corporativa de su cadena de restaurantes, porque iba a utilizar “sus hermosos diseños” para los manteles de papel y las servilletas, pero quería “unificar un poco toda aquella línea estilística y que fuera su seña de identidad, pero que cambiara según el país y la estación del año”. Vamos, que en una semana esta mujer descubrió que se podía forrar haciendo algo sin darse ni cuenta de que lo hacía, pasando de haber nacido en una familia sin problema económico alguno, a casarse con alguien con mucha pasta, divorciarse, preocuparse muchísimo por el dinero durante 10 minutos, para volver a despreocuparse de por vida y empezar a cobrar sumas de 5 cifras en dólares todos los meses. Y todo esto, sin necesidad de tener que aguantar a un jefe sentado en el despacho de al lado, porque el suyo estaba al otro lado del charco y solo respondía por mensaje privado en Facebook, con 9 horas de diferencia. Vamos, el argumento ideal para una peli de Disney en lugar de tanto cuento de princesa, tanta carroza y tanto palacio que luego no hay quien lo limpie.
Y digo yo… ¿y a mí por qué no me pasa eso?
Va otra historia, pero esta no va de ganarse la vida, sino de perder un poco de ella:
Tengo un amigo que hará unos 20 años desapareció. Su mujer se despertó una mañana y nada, ni rastro de él. Era un día normal entre semana, se habían ido a dormir después de ver un rato la tele, y por la mañana, sencillamente, él no estaba en casa. Tenían una tienda de objetos de diseño en el centro de Madrid, con lo que solían desayunar juntos, vestirse e irse caminando a abrir la tienda. Pero esa mañana las cosas no iban a ser así. Ella empezó a llamar a gente: al padre de él, a la hermana… nadie sabía nada. Llegó la hora de abrir la tienda, así que fue para allá y trató de calmar su preocupación ocupándose en llevar un día lo más normal posible. Pero pasaron las horas, y ni rastro de Jose. Llegó la hora de comer y decidió comprarse un sándwich y quedarse en la tienda por si él aparecía. El local tenía un ventanal enorme que daba a una calle peatonal por la que pasaba mucha gente, con lo que solía tener varias caras pegadas al cristal, observando los objetos que vendían.
Hacia el final de la tarde, cansada de darle vueltas a la cabeza y de ocuparse en intentar no darlas, triste y desanimada, se acercó al ventanal para descubrir que allí estaba Jose, asomado, observando los objetos con mucha curiosidad, como si nunca los hubiera visto antes. “Pero, ¿se puede saber qué haces ahí?, ¡dónde te habías metido!, llevo todo el día preocupadísima”, y ve que Jose se aparta asustado. Entonces ella se da cuenta de que algo le ocurre, porque la mira como si no la reconociese y se comporta como un niño, no como un hombre de 45 años. Así que se le acerca con más suavidad y le invita a entrar y sentarse dentro de la tienda a tomar algo. Él entonces, como desorientado, le pregunta si se conocen de antes y ella, que no quiere asustarle con su largo pasado juntos, un matrimonio que empieza a agotarse y un bebé de pocos meses, le pregunta que dónde ha estado mientras le propone que vayan a dar un paseo. De camino descubre que Jose no reconoce las calles del barrio, hasta que entran en el ambulatorio. Tras un montón de pruebas y de días, descubren que Jose sufre amnesia temporal, no saben lo que se lo ha causado pero tiene de nuevo la mentalidad de un chaval de 15 años y no recuerda lo que le ha pasado desde que cumplió esa edad. Y se pasa los siguientes dos años aprendiendo que su mujer es quien es, que tienen un bebé que cada mes cumple uno más, que viven juntos, que tienen una tienda a la que cada vez entran menos clientes y que la vida se le complica a una velocidad insólita, hasta que por fin alcanza en pocos años todo lo vivido en los últimos 30.
Actualmente Jose sigue siendo bastante infantil para su edad, pero no destaca entre una multitud de gente normalmente inmadura. Ha asumido que a los 16 cumplió de golpe 45 y lo lleva bastante bien. Sobre todo, teniendo en cuenta que le han seguido pasando cosas raras, a los 43 sufrió una intoxicación alimentaria que lo tuvo ingresado durante un tiempo y, no se sabe muy bien por qué, perdió el pelo. No se quedó calvo, no. O bueno, sí, se quedó calvo, pero de cuerpo entero. Alopecia universal, se llama. Ni cejas, ni pestañas, vamos que ni bello corporal, nada. Jose dice que, por un lado es bastante cómodo, porque no tiene que volver a preocuparse por peinarse o afeitarse, pero que el problema viene cuando se acatarra. Porque no tiene pelo en el interior de las fosas nasales, así que todo líquido que salga de ellas, cae disparado sin un mísero bello al que aferrarse o frenar un poco.
Ayer pasé accidentalmente por el Museo Cerralbo y me colé en una exposición de fotografía de una artista de la que nunca había oído nada y me enamore al instante. De ella, de su rollo y de su trabajo: Miss Beige.







Bueno, me despido, que me vuelve a atacar el mono de tabaco y quiero salir de casa antes de que convertirme otra vez en esa niñata apocalíptica con un arma de destrucción masiva por cerebro. Argh!
¡Hasta pronto! O no. O puede que hasta mañana. ¡Yo qué sé! Hala. A la mierda. Pues ya no respiro.
¡Jajajajaja!¡Ánimo, si yo pude, tú también!
(Tiene múltiples recompensas, te lo aseguro)
Xxx
Genial. La primera suena más verídica que la segunda, da para una película.