Sigo viva. Más que antes, incluso. Me despedí del trabajo de una forma tan elegante que aún sigo asombrada, y me largué a una playa a quitarme el polvo, a ventilarme y a curarme. A vaciarme para volver a rellenarme, pero ahora de oxígeno. Para dejar atrás todas esas palabras tan feas como nómina, retención o finiquito.
Me he pasado los primeros 5 meses del año dirigiendo una serie documental que va a firmar un señor que apareció por allí cuando ya estaba todo hecho, solo faltaba darle los últimos retoques en edición, y decidió que necesitaba hacerme la vida imposible a mí para entretenerse, para que los demás pensaran que sabía hacer su trabajo y que mandaba en algo. Y como todo se iba a poner mucho más feo, decidí ahorrármelo, pedí que me dieran de baja como si se me hubiera terminado el contrato, y salí pitando de aquel edificio de cristal mal acabado, que por fuera es un cubo brillante e impoluto, y por dentro es un torpe decorado de oficinas de los años 90 construido con paneles metálicos tan finos que se doblan cuando toses demasiado cerca de la pared. Estaba agotada y, sobre todo, envenenada, frustrada, llámame ingenua pero a esas alturas me sigue costando mucho comprender cómo puede haber gente tan sibilina, pero bueno, ya pasó, ahora me queda lejísimos todo aquello. Bueno, ellos, esa gente tan rara, porque el susto se me ha diluido bastante pero a veces asoma.
Me asusta que mis trabajos siempre terminen siendo un infierno. Cuando salí de allí, recuerdo darle vueltas a todo esto, pensando en que a lo mejor tengo que empezar a buscar otra forma de ganarme la vida, pero dónde, haciendo qué, qué sabes hacer, eso no, eso no, eso no, eso sí pero por eso no te va a pagar nadie, ¿serás capaz de llevar ese otro trabajo con tranquilidad? ¿sin que te afecte? ¿sin tener la necesidad de estar demostrando cada minuto del día que eres capaz y además a la velocidad de la luz, no vaya a ser que te despidan en cualquier momento? ¿te podrás quitar algún día ese vivir con el culo apretado y el miedo asfixiándote de manera permanente que no es nada más y nada menos que el resultado de eso que se llama PRECARIEDAD y que lo tienes ya tan pegado que parece tu segunda piel? Me bajé del autobús para caminar un poco hasta casa y reordenarme la cabeza, cuando llegué a una plaza y me senté en un banco de piedra. Y empecé a escuchar murmullos. Me giré y descubrí que se trataba de las quejas de un señor que hablaba solo dentro de un puesto de helados. No tenía ningún cliente en ese momento, nadie le estaba pidiendo nada, pero ahí estaba él, rojo como un tomate, sudando, de la boca le colgaba un pitillo del que la mitad era ceniza que no terminaba de caer a pesar del movimiento de sus labios, y no paraba de repetir mientras trasteaba moviendo cajas, abriendo y cerrando neveras: “Pero vamos, a ver, Manuel, dónde cojones has metido los colajet, que es que no puedo más, mira, que le den por el culo a todo, que yo me voy a sentar ya de una puta vez a fumarme un pitillo tranquilo”, salió de la caseta, le metió una patada que sonó como si se fuera a caer todo el chiringuito al suelo, y desapareció. Me levanté y me fui a casa pensando en que no, que da igual el trabajo que haga, no lo voy a llevar bien nunca, ni yo, ni Manolo ni nadie, porque no somos nosotros, es el trabajo, es el sistema, es el capitalismo éste que nos vuelve a todos locos.
Lista de miedos:
Me asusta estar de nuevo sin trabajo.
Me asusta gastar dinero.
Me asusta viajar sola.
Aun tengo que pensar en el tiempo verbal de todo esto, porque me estoy dando cuenta a medida que lo escribo, que se me pasa todo un poco. Que efectivamente me asustaba, hasta que decidí llevarme la contraria y hacerlo: dejar el trabajo, gastarme el dinero que he ahorrado con el sudor de mi frente haciendo mi trabajo y el del director del programa, y largarme sola a una playa desierta.
Sí. Eso he hecho. Me cogí un tren con destino a una playa desierta, me llevé un montón de libros y el ordenador para escribir, pero ni lo he abierto. Porque estaba demasiado liada paseando por la orilla, nadando, o sentada sobre la arena mirando el mar, que no te deja tiempo para nada, no vaya a ser que te pierdas un instante de algo.
He sido incapaz de escribir en 10 días, no quería perderme nada, una ola, una gaviota, una nube distraída, nada. Llegué a media mañana un miércoles aún apestando a asfalto, me senté frente al mar, y en seguida se me fueron disolviendo todos esos recuerdos sobre el trabajo. Aquella reunión de despedida que tuve con el director general de la productora, que me soltó una disertación muy ridícula sobre política, con esa desfachatez que tienen los millonarios, que no solo ni se plantean si tus ideas políticas se acercan un poquito a las suyas, sino que ni siquiera les importan nada porque en realidad están usándote como si fueras un muñeco de goma al que hablarle en un ensayo para ver qué tal le sale su discurso y si se gusta lo suficiente, repetírselo a los amigotes con el coñac y el puro después de la comida, para luego largarse a casa a echarse una siesta sintiéndose maestro de ceremonias. Tú no existes para ellos, así que da igual lo que le digas. Tú mírale, guárdate tus opiniones en el bolsillo y asiente con cara de “eres un puto genio, en serio, cómo te admiro”, porque a lo mejor te vuelven a contratar para otro proyecto y vuelves a ahorrar lo suficiente para largarte 10 días a otra playa vacía.
Total, que vuelvo a ese glorioso momento en el que llego a la playa, yo toda, no solo descolorida sino cruda, como con el cuerpo sin cocinar, blanco y blandengue, despeinada por todos estos pensamientos rancios de material de oficina haciéndome ruido por dentro, y de pronto respiro hondo frente al mar, y me doy cuenta de una cosa: nada de eso tiene importancia ninguna. No hay nada importante en el trabajo. Nada. Es eso eso, trabajo. ni siquiera te pertenece, no te roza, lo te penetra por ningún sitio, no se te mete en el cuerpo. Lo único que importa es ese momento. Ese preciso momento delante del mar, contigo, los pies sobre la arena y la brisa. Solo eso es importante. Solo eso es la vida. Nada más. Y no hace falta nada más. Nada.
Bueno, o sí, otro trabajo absurdo que me pague el siguiente viaje. Pero, mientras tanto, aquí estoy, de vuelta, con la piel más cocinada, la cabeza llena de planes, y con mucho espacio y mucho tiempo por delante para hacer lo que me dé la gana en cada momento.
Hasta pronto.
Contadme cosas!
Almu
PD: Ah! Me he leído unos librazos! Os recomiendo estos 3:
Tres días de junio, de Anne Tyler
Biografía de X, de Catherine Lacey
Victoire, de Maryse Condé
Tomar decisiones importantes siempre dan vértigo. Me alegro mucho por ti. Estoy convencida de que llegarán otros proyectos con los que puedas sentirte bien. Eres una mujer con mucho talento y consigues hacernos cómplices con tus relatos. Yo los agradezco mucho. Muchas gracias Lady
I am so sorry you had this work experience. Capitalism really does take it out of us. I'm glad you're finding your resilience!