Amanece media hora antes que hace un tiempo, que amanecía media hora más tarde. Desde mi ventana se va formando un paisaje que cada mañana es distinto. Ayer era medio paisaje porque la otra mitad estaba cubierta de niebla. Hoy se ve entero. Y veo las calvas de los edificios que hay en frente, más allá azoteas, una cúpula plateada de una estación de tren y, al fondo, la casa de campo y después el horizonte. Y cielo. Mucho cielo. Que se está aclarando y manchándose de nubes borrosas de color rosa.
Me hace feliz poder ver el horizonte desde mi habitación. He vivido en muchos barrios y es la primera vez que me pasa. Normalmente tienes un edificio en frente. O doscientos. También escucho a los pájaros del barrio, un par de urracas que nunca fallan aunque madrugan menos que yo, y bandadas de aves migratorias cruzando el cielo. A veces se escuchan los aullidos de los pavos reales del parque que hay cerca. Que suenan como gatos enfadados.
Lo primero que hago al levantarme es poner al fuego una cafetera enorme en la que mezclo café normal con descafeinado porque no me apetece nada empezar el día con palpitaciones. Hace unos meses descubrí leyendo la autobiografía de Debbie Harry que ella también lo hace.
Me la leí en inglés, otra cosa por la que me siento afortunada, por saber inglés, veo que el título lo han traducido como les ha dado la gana. La diferencia es que ella se lo sirve y sale a su jardín, yo me siento a escribir y a mirar por la venta. Los pocos coches que pasan los domingos a estas horas por delante de mi casa hacen el mismo ruido que las olas. Y entre uno y otro, silencio. Entonces pienso en mi vida y escribo mi lista de “Hala, qué bestia eres”.
Llevo más de dos años escribiendo mi lista de “Hala, qué bestia eres” nada más levantarme. Los anglosajones lo llaman “lista de gratitud”, pero a mí me parece una cursilería horrorosa y además lo mío es distinto. Supongo que yo solo me doy las gracias a mí porque no le veo sentido dárselas a un ser en el que no creo y porque se trata de hacer una lectura diaria a primera hora de la mañana de mis pequeños logros para no volver a venirme abajo. Además, no incluyo en ella cosas tan básicas como el tener comida en la mesa o un techo sobre mi cabeza. Incluyo cosas más tangibles como las alubias con alcachofas que me hice ayer o el haber sido capaz de pagar el alquiler, cosas que tienen más que ver con el sudor de mi frente y mi habilidad para cortar cebollas. Cambios que he logrado, pequeñas hazañas, personas a las que quiero, que sí, que no las he creado yo, pero se trata de hacer un listado de lo bueno que hay en mi vida para sentirme mejor. Para acordarme de que estoy haciendo muchas cosas bien porque la mayor parte del tiempo no nos damos ni cuenta y porque aunque podría agradecerle muchas de ellas a la ciencia, también puedo agradecerme a mí el no cagarla y que esas personas desaparezcan.
Los primeros días mi cabeza estaba tan envenenada y tan teñida de negro que tardaba un mundo en encontrar tres cosas que me gustaran de mi vida. Ahora escribo diez y ya no son una lista, ahora son párrafos en los que reflexiono sobre mis cambios. Son recordatorios diarios de todo lo que estoy logrando, y cuanto más pequeños, más grandes son. A veces son descubrimientos que me ayudan a sobrevivir, a ver mi vida de otra manera. A disfrutarla, a verla desde otra perspectiva. Que os hagáis una lista de “Hala, qué bestia eres”, ya veréis. Se empieza con 3 cosas muy básicas y acaba una descubriendo que se ha convertido sin saberlo en su propio super héroe favorito.
Me paso la vida leyendo libros de o sobre mujeres de mi edad o más mayores. Buscando referentes. Rastreando sus vidas y sus cabezas, tratando de entender la mía. Me alivia, a veces hasta me cura. Ahora estoy, otra vez, con Vivian Gornick.
Habla de sus paseos hablando de los míos. De su soledad, de lo que le hacen las calles de Nueva York en la cabeza, que tanto se parece a lo que sucede en la mía. De su pasado y de su presente. Y lo de siempre con esta señora, que escribe de mí y le pone palabras a mi desorganización mental. Me siento acompañada y mis problemas se hacen más pequeños o más llevaderos cuando descubro que a una mujer tan lista y tan lejana le ocurre lo que a mí.
Una persona que aparece en todas mis listas de “Hala, qué bestia eres” es Chris, un holandés que ha pasado por algo muy distinto a lo que yo, y a la vez muy parecido. El proceso de reconstrucción ha sido el mismo pero él empezó un año antes, así que su apoyo ha sido crucial y ahora estamos en esa fase en la que seguimos aprendiendo y la ayuda ahora es mutua. Hablamos todas las semanas durante una hora como mínimo, nos escuchamos, a veces lloramos, a veces gritamos de pura frustración, otras hablamos con un tono de voz normal porque somos personas civilizadas, y siempre terminamos riéndonos de nosotros mismos. Mucho. Nunca nos hemos visto, no tenemos ninguna intención de hacerlo, pero nuestras conversaciones semanales se han convertido en algo necesario y pase lo que pase o estemos donde estemos, ocurren. Él vive en una ciudad holandesa de nombre impronunciable, y nos lo contamos todo. En inglés. A veces no sé expresarme lo bien que yo quisiera, me invento palabras y él las entiende perfectamente. Muchas veces hasta me descubro contándole cosas que ni siquiera me había dado cuenta de que me estaban ocurriendo, como magia. Ayer fue una conversación divertida, yo me desahogaba por todas mis preocupaciones en el trabajo y él me decía que se estaba muriendo de risa escuchándome porque lo que yo veía como un problema detrás de otro era en realidad yo misma contándole que estaba exactamente donde quería estar hace 3 meses, dirigiendo y escribiendo una serie documental, y haciéndolo, consiguiéndolo. Ese es Chris. Después me contó su semana, en la que pasó algo muy emocionante, consiguió pasar una tarde entera con su madre sin querer lanzarse el uno al otro por la ventana. No solo eso, hasta le mandó un mensaje por la noche para decirle que lo había pasado muy bien y ella le respondió muy cariñosa. Ojo, que son holandeses. Esto es algo muy grande. Lo de expresar emociones.
Hace ya más de un año escribí en mi lista de “Hala, qué bestia eres” que la mañana anterior en el trabajo no había estado del todo mal. Que incluso me había descubierto sonriendo. Al escribirlo, me dio un vuelco el corazón porque caí en que llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Empecé a mirar hacia atrás, tratando de recordar cuándo había sonreído por última vez. No logré recordar ese momento pero me dio igual. Porque lo importante era que me había dado cuenta. Que ahora lo hacía. Que llevaba demasiado tiempo estando triste pero ya no lo estaba. Que volvía a ser esa persona alegre que vestía de colores en lugar de ir siempre de negro para que nadie la viera y que ahora enseñaba los dientes. Que mi lista de “Hala, qué bestia eres” estaba funcionando, que me tenía que comprar más ropa de color azul turquesa, y pedir hora en el dentista para arreglarme la boca. Así que empecé a incluir en la lista de “Hala, qué bestia eres” el dedicarme un rato largo todas las mañanas a reflexionar sobre las pequeñas cosas que estaba recuperando de mi vida, y el hacer una lista de “Hala, qué bestia eres”.
"...para no venirme abajo..."
Qué verdad es tener claro que hay que cuidarse incluso estando en lo más alto de la risa.
Qué clarita y limpia es tu lectura.
En mi "¡Hala, que bestia eres!": me encontré a Lady Distopía y me leo. Nunca se está solo y no es "malo" si te encuentras solo. Feliz domingo!, día que aborrezco y que Lady Distopía ayuda a disfrutar :).
Qué bueno Cris. Me encanta y me alegra mucho tus progresos.
Soy consciente de lo dificil que es salir del pozo.
Te dije que tenía un amigo que no fué capaz.
Murió la semana pasada.
Eres una mujer valiente.
Te mando un abrazo muy fuerte.