Me lo he pasado en grande con este libro. Me ha acompañado en mis viajes de ida y vuelta en el metro a mi nuevo trabajo, sacándome de mis pensamientos apocalípticos sobre la ruina de sociedad en la que vivimos. Así que, gracias a esta mujer que, en un alarde de egocentrismo bastante divertido, se escribe una autobiografía disfrazada de autobiografía de su compañera de vida para hablar de sí misma y su relación con Picasso, Matisse, Picabia, Guillaume Apollinaire, Hemingway, Erik Satie y demás transeúntes del París de antes y después de la Primera Guerra Mundial. Y durante. Tiene descripciones grandiosas de algunos de ellos y, entre líneas, he caído en cosas tan básicas como la diferencia entre la urgencia y el paso del tiempo de entonces y la de ahora, tan absurda, o anécdotas como la enorme dificultad para pintar un plato de fruta cuando Matisse no tenía un duro, no existían las neveras y las naranjas costaban una fortuna, con lo que tuvo que mantener la casa ventilada a pesar del frío y pintar a toda velocidad para que no se le pudrieran las naranjas. «Matisse pintó el cuadro con guantes y abrigo». Stein pasa de ser una privilegiada con un círculo de amigos artistas a los que ayuda o no, viaja a distintos lugares de Francia y España, a Palma de Mallorca, se involucra en la guerra como voluntaria. Páginas y páginas repletas de pistas sobre aquella sociedad, su propia vida y el mundo del arte entonces.
~ ~ ~
Sigue revoloteando por mi cabeza el libro de Maggie Smith mientras trato de mantener la cordura en mi nuevo trabajo y lidiando con un problema que tengo metido en casa.
~ ~ ~
Andaba yo escuchando un podcast en el que un médico explicaba que hay grasa buena y grasa corporal mala (ya, ninguna novedad), y ponía el ejemplo de los bebés: un bebé gordito es un bebé sano, pero si vemos a un bebé con la masa corporal de una modelo… y ahí le interrumpe la entrevistadora y grita: ¡Llamaría a los servicios sociales! - ¿Para qué? ¿para que le quiten el bebé a la pobre mujer? ¿Por qué nos gusta tanto jugar a ser policías? ¿por qué a los servicios sociales? ¿Por qué esa afición por “denunciar” a los demás? Me recordó a una señora que una vez en tuíter publicó que estuvo a punto de llamar a la policía al ver a una chica paseando a su gato por la calle porque, según esta señora, los gatos no pueden pasear por la calle porque no les gusta. Vamos, que la señora que iba a llamar a la policía no sabe nada de gatos pero se sintió autoridad competente de algo. Yo tampoco sé nada de gatos, los de mi hermano se pasan el día deambulando tranquilamente por el barrio de la isla en la que vive y él cuando va de regreso se los encuentra y se vuelven los tres por la noche paseando juntos a casa. Me encanta imaginarme esa escena.
Echo de menos a mi perra. Murió hace ya 4 años y aún no he aprendido a vivir sin ella. Esta semana encontré varias fotos de cuando era un cachorro y se me encogía el corazón. También me sentí culpable por no acordarme de ella lo suficiente aunque lo haga mucho. Así somos, supongo. Me pasaba también cuando se murió mi madre, que nunca me parecía que la recordara lo suficiente. Después también me pasó con mi padre. La culpa, el remordimiento. Qué cosas tan absurdas. Mucho control social ahí por parte de la iglesia católica. Mucho desaprendizaje hay que hacerse.
Esta semana recibí un correo de Silvia en el que exclamaba «¡No nos dejes solas!» y me hizo tanta ilusión que casi lloro. Así que, aquí estoy, Silvia. no pienso dejaros solas. Para nada. El curro va bien, por ahora, y a la vez mi vida social ha explosionado porque no me apetece nada estar en casa y estoy quedando con gente a la que no veía hace siglos. Y muy bien. Después de tantos meses tan sola, me he hartado de que todo me pase a mí, de mirarme la bragueta, de medirme, de observarme tanto, por eso la cita de Maggie de ahí arriba me gusta tanto.
También confieso que a veces escribo borradores aquí y luego no los publico porque pienso que quién soy yo para soltar al mundo mis mierdas, como si le importaran a alguien, pero luego leo las primeras líneas escritas por algún señor mediocre de renombre y se me pasa en seguida. Y que este sitio es mío, y al que no le guste, la salida está arriba a la derecha. O a la izquierda, según el cacharro que uses.
Ahora trabajo en un barrio pijo al que hacía siglos que no iba porque no se me ha perdido nada allí, en el que me he fijado que no hay migrantes, solo hay oficinistas, y los carteles que pegan en las marquesinas del metro no son de personas ofreciendo sus servicios de electricista o para cuidar a ancianos como en el mío, sino para dar clases de Mac a domicilio.
Ayer me volví caminando. En la hora y media que duró el paseo, crucé un barrio obrero, lleno de gente, con vida, colores, olores de comida, gritos de niños jugando en las plazas, a continuación unas manzanas de oficinas con calles desiertas, luego el de Salamanca, con muchas caras deformadas por el peso de muchas capas de maquillaje y cirugía envueltas en horas de peluquería y laca. De pronto se me pusieron delante cinco chavales disfrazados (espero) de cazadores con ropa carísima y peinados de señor de los años 50 con la raya a un lado bien marcada, que iban hablando de relojes marca rolex. No es tópico que me esté inventando, pasó realmente. Crucé la castellana para eliminarlos de mi cabeza y seguí hacia Chueca y luego la Gran Vía, donde había ya tanta gente que me volví invisible y desaparecí de mi propia cabeza, lo cual se agradece. Entonces llegué a la sala de exposiciones que han abierto mis vecinos en la acera de enfrente de mi calle. Son dos señores mayores que ofrecen el espacio a artistas que no suelen tener cabida en sitios con más renombre y se organizan allí situaciones muy divertidas. Ellos lo hacen por afición pero se meten unas palizas descomunales, tienen setenta y algo y ellos montan y desmontan todo y coordinan con los artistas, que son 5 cada semana, porque cada jueves la sala cambia radicalmente. Una paliza que les mantiene vivos y muy distraídos.
Iba a escribir sobre muchas más cosas y creo que más interesantes, pero lo voy a dejar aquí y ya seguiré la próxima vez, que a lo mejor es el fin de semana que viene, o a lo mejor es antes. O no. Quién sabe. ni la voy a releer, que si no empiezo con las dudas, y se convierte esto en otro borrador que nunca fue enviado.
Gracias por estar ahí. Y por las cartas, correos, comentarios… Me encanta saber que estáis ahí. Cuidaos mucho, que nos hacemos mucha falta.
Un beso,
Lady Distopía
Me has hecho llorar. No de tristeza (bueno. un poco), es que es precioso leerte. Cada vez me alegro más de haberte conocido en Twitter, a pesar de haberme desinstalado la app esta semana. Pero te sigo en Bluesky, que conste en acta. Eres un cigarro limpio para mí. Fuiste uno de los motivos por los que me atreví a publicar libro y ,tras mucho sin hacerlo, volveré a hacerlo en cuanto me despioje la cabeza. Mil gracias Lady Distopía.
Lo que me gusta leerte, ay. 😍