De Joseph Roth, lenguas indígenas y medioambiente, una exposición y la hora de la comida de los pavos reales
Al lío. Ayer me leí esta maravilla de Joseph Roth. Y digo ayer, porque es una joyita de unas 70 páginas que se lee en nada, no porque quiera yo batir ningún récord absurdo.
Todavía lo estoy rumiando y poco puedo contar de él sin hacer spoilers, pero hay que haber bebido mucho y escribir muy muy bien para tener esa capacidad de meterte en la absurda espiral en la que cae el protagonista, sin caer en victimismos y con ese humor, entre tierno, compasivo y siniestro.
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Siguiente cosa. El otro día descubrí, no sé muy bien cómo, una entrevista a un lingüista medioambiental, David Harrison, que ha convivido a lo largo de su vida con pueblos indígenas de varios continentes para estudiar su idioma, y todas estas lenguas tienen en común una relación híper estrecha con la naturaleza que les rodea.
En los noventa viajó a la República rusa de Tuvá para pasar un año con un grupo de pastores nómadas. Allí descubrió que esa estrecha relación entre este pueblo y los animales, la naturaleza y los paisajes con los que coexisten es tan estrecha, que su idioma tiene un vocabulario increíblemente rico para describir el ganado y el paisaje en la que viven. Incluso el propio sonido, que puede imitar fielmente los ruidos del entorno.
Harrison ha estudiado lenguas indígenas en otras partes del mundo —desde el archipiélago Vanuatu, en el Pacífico, hasta las tierras altas de Vietnam— y aprendió que muchas de ellas se centran de esta manera en la naturaleza, puesto que llevan miles de años observando su entorno natural y aprendiendo de él.
"Muchas de estas lenguas codifican mucho conocimiento sobre las especies y ecosistemas del planeta que la ciencia occidental desconoce” —conocimiento, sostiene Harrison, que puede resultar fundamental para proteger la naturaleza en medio de una crisis global.
Las Naciones Unidas y otros organismos han reconocido desde hace mucho tiempo que las comunidades indígenas suelen ser mejores guardianas de la biodiversidad. “Si estamos dispuestos a ser lo suficientemente humildes como para aprender de los pueblos indígenas”, dice Harrison, “lo que saben podría ayudar a salvar el planeta”.
Esta tarea es urgente, porque muchas de las miles de lenguas indígenas están amenazadas.
“Cada idioma está conectado con la naturaleza. Pero si las personas que hablan el idioma se alejan del mundo natural, ese conocimiento se atrofia. En inglés solíamos usar muchos términos para referirnos animales que ya no usamos. Ahora simplemente decimos “caballo bebé” (baby horse) porque no recordamos la diferencia entre una potranca (filly) y un potrillo (colt). No obstante, el tuvano —hablado por los nómadas siberianos— está especialmente centrado en la naturaleza, porque la mayoría de los integrantes de ese pueblo aún dependen mucho de sus animales y del entorno. Viven en plena Siberia, uno de los ambientes más duros de la Tierra, por lo que para ellos no es un lujo ni un hobby estar interesados en la naturaleza; es una habilidad de supervivencia.”
“Los tuvanos también creen que el entorno es sensible —que tiene albedrío y ejerce influencia sobre sus vidas y su ganado—. Hacen ofrendas frecuentes a los espíritus y construyen mojones de piedra —llamados ovaa—, para apaciguar a los espíritus que creen que residen en el paisaje. Tienen cuidado de respetar el entorno evitando tirar basura, manteniendo limpios los sitios estacionales de campamento y ofreciendo leche y alimentos en determinados lugares consagrados. Todas esas cosas hacen que su lenguaje se centre en la naturaleza.”
“Aunque los tuvanos tienen un sistema de escritura, siguen siendo una sociedad principalmente oral. Esto nos da un considerable punto ciego respecto de las ventajas cognitivas de una sociedad oral en su capacidad para transmitir grandes cantidades de información sin escribir. Es como levantar pesas para el cerebro.”
“El narrador tuvano Šojdak-ool Xovalyg sabe leer y escribir tanto en tuvano como en ruso, pero se basó exclusivamente en la tradición oral cuando memorizó 10.000 líneas de un cuento épico.”
“Para nosotros que vivimos en sociedades alfabetizadas, nuestras capacidades (de memorizar texto) se han atrofiado tanto que lo que hizo parece magia. Personalmente, apenas soy capaz de memorizar un número de teléfono. Los tuvanos tienen un precioso dicho, ugaanga tönchü chok, que significa “la mente no tiene fin”. Literalmente, creen que la mente es infinita y lo demuestran a través de su capacidad de memoria.”
“Los tuvanos están muy en sintonía con el ambiente, exploran constantemente el horizonte y monitorean el clima y los sonidos de sus animales. Cosas muy sutiles, que quizás yo no noté, son importantes para ellos. Yo podía mirar dos cabras, y ambas me parecían a mí como dos cabras marrones. Pero para mi familia anfitriona había una diferencia sutil en el color o patrón que yo no podía ver, y esa diferencia tenía una etiqueta distinta en su idioma. Si tienes una etiqueta que te permite distinguir cabras individuales de un rebaño de 200, eso es una tecnología de supervivencia.”
Esta visión del mundo también está integrada en la gramática. Cuenta Harris que, “por ejemplo, la forma preferida de decir “ir” en tuvano se refiere a la dirección de la corriente del río más cercano y su trayectoria relativa a esa corriente. Realizan un seguimiento de esa información mientras se mueven por el entorno. Una vez recibí a un amigo tuvano en Manhattan y me preguntó “¿dónde está el río?”. Entonces, lo llevé al lado oeste de Manhattan y le mostré uno de los ríos. Y tomó nota de ello para poder utilizar correctamente los verbos topográficos tuvanos en la ciudad de Nueva York.”
“Al imitar los sonidos ambientales, ellos, desde su perspectiva, se están comunicando con los espíritus que habitan el ambiente (vídeo). Pero también lo utilizan para inducir estados psicológicos favorables en sus animales domésticos en diferentes escenarios. Si una camella no quiere amamantar a su cría, tienen una canción que ayudará al animal a alcanzar un estado en el que estará más dispuesto a hacerlo.”
“Los tuvanos tienen una palabra, ий, que se pronuncia “ee”, que significa el lado corto de una colina. Es un concepto muy importante, porque querrás evitar la ladera empinada de la colina si caminas, montas a caballo o pastoreas tu rebaño de cabras.”
“Lo que los pueblos indígenas tienen en sus lenguas es un programa de sostenibilidad. Los tuvanos tienen límites y fronteras en cuanto al uso adecuado de las tierras; qué plantas se pueden recolectar, cuándo y dónde; cómo mostrar respeto por los animales que cazan; así como muchas convenciones sobre cómo tratar a los animales domesticados—. Creen en no tomar más de lo que necesitan.”
Bueno, si queréis leer más, os dejo el enlace a la entrevista entera.
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La exposición que para ellos será colectiva pero que a mí solo me ha interesado la obra de Jacobo Gavira, no porque sea amigo mío, sino porque me ha gustado muchísimo y la del resto no tanto. De hecho, me enamoré del cuadro de la foto de en medio, que está torcida y que no le hace ninguna justicia. Tiene más cosas expuestas, pero si lo subo todo no me queda espacio para mi vídeo del protagonista de esta semana. La exposición está en la Galería Espacio Mados, en Conde de Xiquena, 12, primera planta, para los que estéis o paséis por Madrid. Por cierto, que he enlazado su nombre a su cuenta de Instagram, seguidle porque a parte de pintar hace unas fotos increíbles.



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Y mi vídeo con el protagonista de la semana:
No es que me dedique a acosar a pavos reales para plantarles el móvil a 5 centímetros del pico, os juro que vino él. De hecho, he descubierto que a esa hora y en ese rincón les deben de dar de comer cada mañana, porque tal cual entré en el parque, de pronto me vi rodeada de unos 7 que me miraban como si fuera yo la que llevara el desayuno, y una regazada apareció gritando y corriendo hacia mí en plan “¡Eh! ¡Que falto yo!”, con esa voz que tienen que me provoca tanta risa y tanta ternura. Aquí la prueba:
(Nota mental: tengo que acordarme de grabar los vídeos para substack en horizontal).
La semana pasada no escribí aquí ni publiqué mis relatos en las redes porque estuve un poco encerrada en mi planeta, protegiéndome. Me cuesta entrar en las navidades, nunca sé cómo voy a reaccionar y a veces me dan miedo, ya que en años anteriores he llegado a caer en un charco pringoso de tristeza, soledad y victimismo insoportable en el que no quiero volver a estar. Y no he vuelto. Lo he conseguido. La verdad es que las he pasado bien, tranquila, sumergida en mi cabeza y disfrutando de mis pequeñas cosas. Y mi plan es seguir así.